Andá nomás...
Son las dos de la mañana. Ángel está sentado a la mesa, en la cocina. Quisiera estar fumando pero ya hace más de treinta años que largó el cigarrillo. Todavía era joven cuando Nachito le dijo "Papá no quiero que te mueras. Quiero tener papá por mucho tiempo más. Dejá de fumar porque te hace mal. Hacelo por mí..." Por eso esta madrugada está sentado en la silla que tiene un intento de almohadón flaco forrado en una tela símil cuero que ya no hace cómodo estar ahí. Pero poco le importa eso. Tampoco le importa que el café todavía esté a la mitad. Mucho menos que esté frío. La tele permanece encendida pero sin sonido. Sin embargo, Ángel, que sostiene el control remoto en la mano, no sabe qué se está transmitiendo. Ve sin mirar. Sus ojos están se centran en un punto fijo y cada tanto pestañea. Le sigue dando vueltas en la cabeza la conversación que tuvo hace unas horas con Nachito. Siente que el pecho se hunde. Un vacío profundo se invade de él.
Piensa en su juventud. Piensa en sus padres. Ellos tuvieron que huir de la guerra. Llegaron a Buenos Aires con poco y nada. A fuerza de trabajo arduo pudieron conseguir su casa. La canjearon por dos chanchos y cuatro gallinas en la municipalidad. Primero armaron un rancho y luego pudieron ir haciendo la casa de material. Cuántas horas de trabajo le había llevado construir esa casa a su padre. En la fábrica estaba doce horas. Después llegaba al rancho y trabajaba en la construcción algunas más. No había fines de semana. Ni vacaciones. Todo el tiempo estaba su padre construyendo la casa. Su madre, en cambio, había dedicado su vida a cuidar de él y de su padre. Ella lo ayudaba en la construcción la mayoría de las tardes. También hacía la ropa con la tela que podía comprar. Todavía recuerda que la cooperativa del colegio le daba los zapatos para poder ir. Y que un par de años no le habían podido dar y tuvo que achicar los dedos para que le entren los viejos.
Será por todo esto que Ángel se prometió que no iba a permitir que le pase esto a su hijo. Por eso, aprovechó que los padres lo obligaron a hacer un curso de mecánico porque no podían costear sus estudios secundarios. Se recibió de mecánico automotriz. Y ahí nomás, con 15 años, empezó a trabajar en un taller mecánico del barrio. Apenas pudo empezó a comprarse herramientas con lo que le sobraba después de darle plata a sus padres para la comida y los gastos diarios. Esas herramientas le servían para hacer trabajitos extra cuando llegaba a su casa. Como era muy dedicado y honesto tenía muchos clientes. Tan bien le iba, que pudo comprar una motoneta para ir y volver al taller. También la usaba para salir con sus amigos los sábados por la noche. Siempre iba a jugar al pool con sus amigos. Un sábado, cómo quién no quiere la cosa, conoció a Susana. Susana era la menor de cinco hermanos. Ella tampoco había podido hacer el secundario. Pero, su hermana mayor, que estaba casada con un importante comerciante del pueblo, le había pagado el curso de costurera y una máquina de coser usada. Así que con 14 años hacía delantales para las mucamas de las casas quintas de zona norte. Fue amor a primera vista. Ángel y Susana supieron que eran el uno para el otro ese mismo sábado. Noviaron unos meses hasta que decidieron casarse. Cómo los dos tenían trabajo y algunas changas extras decidieron comprar un terreno en un pueblo a cinco estaciones de tren más al oeste. Fue fácil conseguir el terreno. Lo cambiaron por la motoneta de Ángel y una docena de delantales bordados.
El terreno estaba ubicado a diez cuadras de la plaza principal. El pueblo estaba armado. Tenía un colegio, una salita de primeros auxilios, la iglesia y una delegación municipal. Construyeron una pieza, un baño y una cocina comedor. Apenas terminaron de revocar las paredes se casaron y se mudaron. La fiesta de casamiento la hicieron en la casa de los padres de Ángel. De luna de miel se fueron a Tandil. A los pocos meses de casados, Susana quedó embarazada. Nacho llegó al mundo un viernes 31 de marzo. Ángel trabaja mucho para que a no les falte nada material a Nacho y a Susana. Nacho crecía y nunca le faltaba comida. Mucho menos, ropa. Tenía muchos juguetes. Tuvo bicicleta desde los 7 años. Fue a un colegio privado desde jardín. Un colegio parroquial, modesto. Cuándo fue el tiempo de pasar a secundaria, Nacho fue a un colegio técnico, también privado. Ahí se graduó de Técnico Electromecánico. Ángel y Susana estaban felices. Nacho había podido lograr lo que ellos no habían podido hacer. Nacho había terminado el secundario. Es cierto que esté logro les costó haber ido sólo dos veces de vacaciones y andar con un auto viejo durante quince años. Pero no importaba. Porque Nacho había logrado tener el título secundario. Él iba a poder progresar. No iba a tener que trabajar tanto para poder comprar una casa. No iba a tener que trabajar tanto para que sus hijos estudien. Nacho se iba a poder ir de vacaciones. Porque Nacho tenía un título secundario.
Nacho empezó a trabajar en el taller de Ángel. Se llevaban bien. Pero Nacho se sentía vacío. Trabajaba, ganaba algunos pesos, pero necesitaba más. Sentía que todavía podía dar un paso más. A mitad de año, decidió inscribirse en la facultad. Muchos amigos suyos lo hacían. Y estudió ingeniería. Le fue muy bien. En seis años Nacho se recibió de Ingeniero. Con título en mano Nacho comenzó a buscar trabajo. Empezó a trabajar en una empresa internacional. El trabajo le gustaba pero no le alcanzaba para comprar un terreno. Su sueldo le permitía comprar la comida, pagar el alquiler del departamento, los servicios públicos, la cuota del préstamo que había sacado para comprar un auto usado, los gastos del auto y dos salidas al mes con los amigos. Y sólo podía comprarse ropa cuando había una promo de la tarjeta. Nacho vivió así durante varios años. Un día, cansado de no poder progresar económicamente, cansado de no poder tener lo que quería tener, Nacho decide buscar trabajo en España. La charla con sus padres fue muy alentadora para dar ese paso. Nacho recuerda siempre la cara sonriente de Ángel cuando le decía "Andá nomás... Si acá no podés tener nada... Laburás para vivir al día nada más..."
Hacé ya cinco años que está viviendo en España. Apenas llegó conoció a Ludmila, una chica argentina encantadora. Ella se había ido con sus padres a España en la crisis del 2001. Allá pudieron sacar un crédito hipotecario y comprar una casa. También tienen dos autos cero kilómetros y una moto. Salen a pasear, al teatro y al cine todas las semanas. Cambian sus vestuarios completos cada nueva temporada. Tienen una empleada doméstica todos los días. Nacho está feliz con lo que ha logrado ser. Y es por esto que hoy ha llamado a sus padres. Le ha dicho lo mucho que los quiere. Le ha dicho que está feliz porque le han enseñado lo más importante de la vida y que él lo ha logrado allá. Y que por eso no volverá a Argentina. Porque a pesar de que los echa de menos, en Argentina no hubiese podido tener todo lo que tiene en España.
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